Ella entendió:
la mejor forma de acercarse
fue irse muy lejos...
sábado, 28 de mayo de 2011
miércoles, 4 de mayo de 2011
Polonia.
“Nunca he perdido un vuelo en mi vida.” Es la única frase que me vino claramente a la cabeza para empezar a contar esta historia.
El problema sería hilar el hecho de nunca haber perdido un avión con el viaje a Polonia del que quiero hablar.
Entones tendría que decir algo como: “nunca he perdido un vuelo en mi vida, ni siquiera aquella vez que hubo una tormenta de nieve en Polonia”. Aunque quizá debería advertir que en realidad no hubo una tormenta de nieve en Polonia cuando estuve ahí.
Es verdad que era invierno, y efectivamente hubieron nevadas abundantes y raras para esa época del año. Pero ¿tormenta? no.
Mi vuelo ni llegó a Polonia. Yo aterricé en Paris, recogí mi maleta sin ningún problema. Pasé aduana y migración inadvertida, como suele ocurrir. Desde hace varios años estoy convencida de que yo sería una excelente terrorista. Nunca nadie me revisa para nada. Podría haber volado ya unas quince oficinas de gobierno, si es que me importara hacerlo.
En la casa de la familia francesa que me recibió conocí a una chica Polaca de cuyo nombre no puedo acordarme. Era una chica joven y demasiado rubia que rentaba un cuarto como estudiante en el departamento. Se entusiasmó cuando le dije que iría a Polonia. ¿A qué ciudades?- Preguntó.
Michalowice- Respondí.
Yo no entendí su cara de consternación hasta que llegué a Michalowice. Ella me dio dos consejos para mi viaje. El primero: no vayas a Michalowice. El segundo: no permitas que nadie te diga “kurwa” (la forma de pronunciarlo suena como en español “curva” ), significa puta.
Curioso que esas fueran sus recomendaciones. Sin embargo, yo considero mi viaje a Michalowice uno de los mejores viajes de mi vida. Ahí me hice de una tremenda reputación.
Había sido elegida para un intercambio de trabajo con una compañía de teatro Polaca. Una “residencia artística” a la que asistimos diez actores mexicanos. Estaríamos con esta compañía para crear un espectáculo. La fama y la gloria serían nuestras.
A Michalowice llegamos en autobús desde Praga. Es un pueblo rodeado de bosques y montañas en la frontera con la República Checa, de aproximadamente 300 habitantes. No tiene tienda, ni farmacia. No hay oficina de correos, ni café. No hay hospital, ni un bar. De salas de cine o teatro ni hablamos. A 15 min. se encuentra la pequeña ciudad de Zelenia Gorá.
Nos quedamos en la casa de del director de la compañía y su esposa. Encantadores ambos. Vivían en una enorme y antigua casa que durante la ocupación alemana había sido transformada en un hotel para las vacaciones de invierno del ejercito nazi. Esta casa, completamente de madera, estaba dividida en 5 rústicos departamentos. Cada uno con su cocina y baño, y espacio suficiente para acomodar a tres o cuatro personas.
Cuando el gobierno comunista Polaco fue derrocado en 1989, el nuevo gobierno de la República de Polonia subastó varias propiedades. Esta Casa hotel entre ellas.
Era una casa muy interesante, llena de ambientes oscuros, a veces agradables, a veces inquietantes, pero nunca comunes para mi. Ahí trabajábamos. Un laboratorio de “creación”.
Aunque era invierno, dentro de la casa siempre se podía andar en shorts y camiseta.
El sistema de calefacción era de los originales. Es decir, la forma de calentar la casa era mediante calderas y tuberías de vapor y agua caliente. La caldera estaba en el sótano y a la manera tradicional, el fuego de la caldera era alimentado por un leñador que vivía en el sótano y que diariamente salía a cortar leña y a lo largo del día mantenía las chimeneas encendidas y la caldera hirviendo. El leñador podía aparecer en cualquier momento en cualquier cuarto que tuviera chimenea. Siempre aparecía sin hacer ruido.
Era un hombre de unos cincuenta o sesenta años, duro y seco; rara vez miraba a los ojos, pero cuando lo hacía uno se quedaba quieto y callado dejando que esos ojos pequeños y azules hicieran su voluntad. Siempre llevaba un sucio gorrito de estambre, no usaba guantes y cargaba su hacha a todos lados. Cuando uno lo veía con detenimiento, además de ver las marcas del alcoholismo en su cara, notaba inmediatamente que le faltaban dos dedos de la mano izquierda. Cada vez que entraba al cuarto con su hacha y una montaña de leña para la chimenea, podía imaginar claramente la escena de aquel día en que perdió los dedos: un tronco tirado, el leñador borracho, hemorragia abundante en la mano izquierda, el hacha en la derecha, maldiciendo su torpeza: “kurwa, kurwa, kurwa”.
Ahí estaba yo. En Polonia. La lejana y melancólica Polonia. Sentada en una sala del ex hotel de los nazis, mirando la chimenea arder y teniendo pensamientos altamente inteligentes…como no, cuando apareció el leñador con su hacha y su gorrito sucio, me clavó los ojitos de canica azul y me dijo con una voz dura y carrasposa, en polaco algo así como: ¿Swizkyev Ledwkza Swerta Ledztonye Vladstazdyl???
Sólo entendí que aquello lo había dicho en tono de interrogación pero nada mas.
Ahí estaba yo, sí. En Polonia. La lejana y melancólica Polonia. Sentada en una sala del ex hotel de los nazis, inmóvil, como idiota, mirando a este hombre que esperaba su respuesta con cara de: “ ¿qué parte de Swizkyev Ledwkza Swerta Ledztonye Vladstazdyl no está clara pendeja?”.
Entonces yo, tratando de salir del paso, movida por mi lengua materna, atiné a decir en buen mexicano – uy joven, ahora si me agarro en “curva”.
Cuando terminé de decir “…urva” me di cuenta de lo que había dicho. Me tapé la boca con la mano.
El leñador se iluminó. Una malicia ponzoñosa brincó de sus ojos y tensó los músculos de la cara en un gesto que parecía una sonrisa, casi babeaba:
- ¡¿Kurwa?!!- respondió- hhhhhhhaaaaaaaaaaaaa Kurwa!!!!!
- ¡No, no, no!!- grité- ¡no kurwa, no kurwa!!! Chingada madre!!!
Pero era demasiado tarde. Él había entendido perfectamente. A partir de ese momento el leñador cada vez que me veía soltaba una carcajada y me decía con picardía y sonrisa lasciva, bajito y en tono burlón: “kurwa”.
Entonces, como decía; yo nunca he perdido un vuelo, ni en Polonia, pero en Polonia me gané una tremenda reputación.
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Lo que yo escribí
lunes, 2 de mayo de 2011
Lo que aprendí este último año.
Estoy por cumplir 33. Es un bonito número.
A mis 33 entendí que el romance está sobre valuado. Es caro y no dura. Como los ipods...con la diferencia de que los ipods son más bonitos y prácticos.
A mis 33 entendí que el romance está sobre valuado. Es caro y no dura. Como los ipods...con la diferencia de que los ipods son más bonitos y prácticos.
domingo, 1 de mayo de 2011
Nadie quiere a nadie...se acabó el amor.
Nos extinguiremos, no cabe duda.
No por un meteorito, ni por una catástrofe nuclear. Tampoco por el calentamiento global.
Nos extinguiremos por nuestra incapacidad de estar juntos.
No por un meteorito, ni por una catástrofe nuclear. Tampoco por el calentamiento global.
Nos extinguiremos por nuestra incapacidad de estar juntos.
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