Cuando nací, lo primero que escuché fue: “¡Es niña!”
Esta frase se ha repetido a lo largo de mi vida en numerosas ocasiones y diferentes contextos. Aquí relato sólo algunos de ellos:
Esta frase se ha repetido a lo largo de mi vida en numerosas ocasiones y diferentes contextos. Aquí relato sólo algunos de ellos:
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Contexto 1:
Cuando tenía tres años, en mi preescolar nos llevaron a un balneario de paseo. Mi mamá olvidó mi traje de baño, pero eso no era un problema, podía nadar encuerada. En esa época para mi, hacer cualquier cosa encuerada era mejor.
Cuando me quité la camiseta y el calzón, escuché un grupo de risitas tímidas pero enternecidas; eran un grupo de niños, tan pequeños como yo: “¡Es niña!” dijeron.
Cuando me quité la camiseta y el calzón, escuché un grupo de risitas tímidas pero enternecidas; eran un grupo de niños, tan pequeños como yo: “¡Es niña!” dijeron.
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Contexto 2:
En el patio de la primaria se estaban eligiendo a los jugadores de los equipos de fútbol para la cascarita en el recreo. Todos estábamos de pie en círculo, tratando de aparentar ser buenos jugadores para que el capitán de algún equipo nos seleccionara. Había dos capitanes: Luis y Valentina:
Luis: escojo a Rodrigo
Valentina: Diego
Luis: Pablo
Valentina: Enrique
Luis: Julio
Valentina: Daniel
Luis: Santiago…
Quedábamos solo tres niños por ser escogidos; yo miré a Valentina y levantando el brazo le dije: “yo, yo, ándale, si corro rápido”. Pero Ella contestó mirando a Luis: “!No Andrea no, es niña!”
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Contexto 3:
A papá le gusta la cacería. Desde que tengo uso de razón, en su casa siempre hubo escopetas, rifles, municiones, binoculares, cabezas de venado y pieles de las diversas presas que cada invierno cazaba en Sinaloa o en Chihuahua. Hubiera sido muy feliz si en esas épocas hubiese tenido un hijo al que llevar de cacería, pero mi madre siempre fue lo suficientemente sensata para no permitirle llevarnos ni a mi hermana ni a mi a sus viajes de aventura: “Son Niñas”- le recordaba.
Pero cuando finalmente se divorciaron y nosotras crecimos un poco, los fines de semana que pasábamos con él, decidió enseñarnos a disparar su arsenal en el rancho de su abuelo. Tenía unas figuritas de metal que se colocaban a la distancia y eran el blanco en la mira del rifle. Había Borrego Cimarrón, venado, patos, puerco espín y un animal de forma extraña e irreconocible.
La primera lección la tuve a los nueve años. Comenzamos a casi diez metros de distancia de los blancos, disparamos primero el revolver contra botellas de cerveza vacías, luego pasamos a las escopetas y los rifles de mira telescópica. Iniciaron disparando los hombres (mi papá, mis tíos, mis primos y los cuidadores del rancho). El borrego cimarrón valía 30 puntos, el venado 30, el pato 50 (porque era muy pequeño y difícil de atinar) y el animal no identificado valía 20. El puntaje máximo era de 700 puntos si uno tumbaba todos los animalitos. El puntaje más alto lo tenía mi papá con 630 puntos (de los patos siempre fallaba algunos).
Entonces fue mi turno. El rifle con el que disparábamos era ligero y muy silencioso comparado con el revolver o la escopeta.
“Jala el gatillo y no cierres los ojos”- me dijo mi papá antes de comenzar. Y así lo hice, miraba las figuras por la mira y a cada disparo mantenía mi ojo firme. Después de cada tiro escuché el sonido metálico de la munición contra el animal de acero. Al final obtuve los 700 puntos.
“¡Y es niña!”- gritó mi papá feliz.
Luis: escojo a Rodrigo
Valentina: Diego
Luis: Pablo
Valentina: Enrique
Luis: Julio
Valentina: Daniel
Luis: Santiago…
Quedábamos solo tres niños por ser escogidos; yo miré a Valentina y levantando el brazo le dije: “yo, yo, ándale, si corro rápido”. Pero Ella contestó mirando a Luis: “!No Andrea no, es niña!”
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Contexto 3:
A papá le gusta la cacería. Desde que tengo uso de razón, en su casa siempre hubo escopetas, rifles, municiones, binoculares, cabezas de venado y pieles de las diversas presas que cada invierno cazaba en Sinaloa o en Chihuahua. Hubiera sido muy feliz si en esas épocas hubiese tenido un hijo al que llevar de cacería, pero mi madre siempre fue lo suficientemente sensata para no permitirle llevarnos ni a mi hermana ni a mi a sus viajes de aventura: “Son Niñas”- le recordaba.
Pero cuando finalmente se divorciaron y nosotras crecimos un poco, los fines de semana que pasábamos con él, decidió enseñarnos a disparar su arsenal en el rancho de su abuelo. Tenía unas figuritas de metal que se colocaban a la distancia y eran el blanco en la mira del rifle. Había Borrego Cimarrón, venado, patos, puerco espín y un animal de forma extraña e irreconocible.
La primera lección la tuve a los nueve años. Comenzamos a casi diez metros de distancia de los blancos, disparamos primero el revolver contra botellas de cerveza vacías, luego pasamos a las escopetas y los rifles de mira telescópica. Iniciaron disparando los hombres (mi papá, mis tíos, mis primos y los cuidadores del rancho). El borrego cimarrón valía 30 puntos, el venado 30, el pato 50 (porque era muy pequeño y difícil de atinar) y el animal no identificado valía 20. El puntaje máximo era de 700 puntos si uno tumbaba todos los animalitos. El puntaje más alto lo tenía mi papá con 630 puntos (de los patos siempre fallaba algunos).
Entonces fue mi turno. El rifle con el que disparábamos era ligero y muy silencioso comparado con el revolver o la escopeta.
“Jala el gatillo y no cierres los ojos”- me dijo mi papá antes de comenzar. Y así lo hice, miraba las figuras por la mira y a cada disparo mantenía mi ojo firme. Después de cada tiro escuché el sonido metálico de la munición contra el animal de acero. Al final obtuve los 700 puntos.
“¡Y es niña!”- gritó mi papá feliz.
2 comentarios:
¡Guau! ¡Qué buen poust y que chido blog! Tienes que comentar en más blogs para que la gente venga a leerte. ¡Felicidades!
Y además de niña es Andrea!
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