miércoles, 7 de mayo de 2008

¿Sugar free?...


La hipoglucemia es mala compañía- piensa.
Recoge los cristales, limpia la salpicadura de la pared y trata de esconderlo todo bajo el tapete... pero el azúcar sigue combustionando.
Mientras más baja la glucosa, más claro se vuelve aquel recuerdo; él, oscuro como el color de su cabello, los dedos inquietos y hermosos golpeteando la mesa. La espalda amplia que guarda tres heridas.
Limpia las lágrimas y busca en la despensa algo que comer.
Nada, no ha ido al mercado en días.
El nivel sigue bajando y casi puede escuchar su voz…
Al aclararse el recuerdo, se aclara también la violencia. Quiere componer el florero que acaba de reventar contra la pared para poderlo reventar otra vez, y otra y otra y otra… se arrepiente de no tener más cristalería. Se arrepiente sólo de eso.
Mira el reloj. Es demasiado tarde para llamar algún restaurante.
Lo ve de pronto, claramente en el sillón café.
Largo de aquí- le grita. Él no la mira, sigue leyendo un libro de Historia.
Luego está en la cama, y en el baño, en la cocina, en la escalera. En todas las esquinas de la casa lo ve.
Ella no puede más, llora, abre cajones y revisa en su bolsa.

Está furiosa porque sabe que esto le ocurre y debe estar preparada; una barra de chocolate haría que todo terminara. Pero es desordenada, poco precavida.
La gente piensa que es histérica, voluble, algo bipolar. Ella sabe que principalmente es la baja de azúcar lo que la pone mal. La baja de azúcar y las imágenes que la acompañan. Por eso detesta museos como los que hay en Paris, porque después de estar seis horas en una misma sala, cuando su cerebro comienza a jugarle sucio, no hay una sola máquina de dulces a la que acudir por alivio. Las piezas se vuelven contra ella.
Finalmente toma sus llaves y la bolsa.
Ponte algo, no te vayas a enfermar- dice él poniéndose el abrigo.
Cállate, tú no estás aquí- contesta ella y se lanza a la calle, con pasos rápidos hacia el mini-súper 24 horas que está a unas cuadras. Él camina en silencio junto a ella, como era costumbre.
Vas muy rápido- le dice, como era costumbre. Ella decide quemar lo que quede de dulce en el cuerpo para correr.
Cuando entra al mini-súper toda la glucosa se ha esfumado de su sangre y comienza el tradicional zumbido junto con la migraña.
¡Chocolate!- le suplica al cajero del lugar, que la mira con terror tras el mostrador y señala el mueble de las golosinas.
Él ya está adentro de la tienda: -¿no se te antojan unas chelitas para cenar corazón?-
Ella se lanza sobre los paquetes. Él, junto a ella, la observa:
-no lo hagas- le dice.

Ella se detiene un instante con una barra de milky way a un centímetro de la boca. Lo mira a los ojos, se detiene en su barbilla, las pocas canas de la frente, lo aspira y reconoce aquel perfume feliz. Tiembla cuando él acerca su boca y finalmente cierra los ojos sintiendo sus labios y su lengua. Aquella tibieza de siempre, el sabor, la dulzura. Suspira profundamente.
El dolor se ha ido, junto con el zumbido. Ella abre los ojos y siente el bocado de milky way en la boca.

Tiene la cara llena de chocolate y se avergüenza un poco cuando nota la mirada anonadada del cajero.
Se limpia la cara y va hacia el empleado.
-¿Cuánto le debo?- pregunta con la boca llena.
-Diez cincuenta. A mí también me gustan mucho esos chocolates- responde.

-Dame dos cajas completas... ¡No! Mejor que sean tres...- pide ella.

Paga y regresa por su camino, sola.

3 comentarios:

Gran Fornicador dijo...

De las desventajas de algún día llamarle "sugar" a alguien...
Que horror de experiencia. Al menos los míos venían sin razón y sin aviso ("al menos"? eso amerita un "al menos"?)

Umami dijo...

de verdad me gusta es te blog!
el chocolate es la neta! cuando uno anda medio triston,o simplemente recordando.
me gustan tus relatos.
y ella disfruta la barra de chocolate mientras lee sus relatos.

Umami dijo...

de verdad me gusta es te blog!
el chocolate es la neta! cuando uno anda medio triston,o simplemente recordando.
me gustan tus relatos.
y ella disfruta la barra de chocolate mientras lee sus relatos.