miércoles, 18 de junio de 2008

Relato al que nunca pude titular.

Foto: Craig Richardson.

Fue un día gris cuando dieron la noticia de Daniel. Llovía desde temprano.

-Daniel está muerto- Dijo el maestro.

Se colgó- Remató llorando.

El silencio fue una explosión. Lo único que sonó fue el día lluvioso.

¿Por qué? ¿Cómo muerto? Sólo tenía 26 años, no puede estar muerto.

Daniel está muerto. Se colgó.

¿Por qué nos explicaría el maestro ese detalle de que se colgó?

Lo único que se me ocurrió pensar fue que, al enterarse de lo ocurrido, la noticia le aplastó. La imagen lo aguijoneaba sin descanso y él, incapaz de procesarla o asimilarla de alguna manera, tuvo que compartirla con nosotros para sentirse acompañado en su intento. Necesitaba que lo ayudáramos aligerando su pesada carga.

Y todos sentimos pesar pero nadie aligeró ninguna carga.

-Daniel está muerto. Se colgó…Daniel está muerto. Se colgó…Daniel…

La noticia entró a mi oído derecho, y quedó vibrando intensamente muy cerca del tímpano transformada en una avispa negra de veneno doloroso. Mi oído empezó a arder. Sentí el aguijón de cada palabra, como seguramente el maestro lo había sentido. El zumbido se intensificó.

Repetí en silencio la frase: Daniel está muerto.

Al hacerlo, la avispa del tímpano se multiplicó y el dolor se volvió franco. Muy pronto hubo un panal negro dentro de la cavidad, inflamando y bloqueando los conductos. Finalmente el tímpano supuró y se reventó mientras íbamos camino al pueblo de Daniel.

Llegamos tarde al entierro. Dos días tarde ya que las vacaciones habían retrasado la noticia.

El cemento de la tumba no terminaba de secar ni la lápida había sido grabada con su nombre todavía, lo que hizo todo más irreal aún.

Al rato traen el nombre del muchacho- dijo el enterrador, quién nos indicó cuál era el sitio del muchacho.

Las flores que se habían dejado el día del entierro, a penas vivas, serenas, escupían la esencia que se mezcló con la de nuestros ramos revelando un agudo olor. Algunos lloraron más. Otros nos sentamos en silencio a ver, o imaginar que veíamos a Daniel, con los tatuajes en los nudillos y la mirada confiable. Fue el único momento en que la lluvia paró en una tregua que me pareció ligeramente ridícula, y el sol de enero hizo acto de presencia, casi irónico.

Pinche Daniel-pensé.

Volvimos a la ciudad bajo la lluvia, por la carretera encharcada.

Cuando llegué con el médico y me revisó el oído dijo: Es extraño, tienes el tímpano destruido, pero no hay infección ¿Tuviste un golpe fuerte en la cabeza?

Algo así- contesté.

5 comentarios:

Umami dijo...

tzzzz esta bueno el relato,y tu blog! volvere...

Pandemia en la bañera... dijo...

bienvenida

Sirena dijo...

Ay Panda ocasional... no sé si es ficción pero duele como si no... igual duele siempre todo, aunque una sepa que no es... (ando un poco torpe, perdona).

Venía a decir cosas menos serias... me intrigó pensar ¿cómo se formó esa norma de la higiene como requisito? es que no se me había ocurrido, prueba de no haber sufrido de su falta... (donde Luis Ricardo dejaste un comentario).

Don Rul dijo...

Buenísimo. As always.

Invierno Funk dijo...

urgeme platicar con usted, me encanta leerla

un gran saludo y un abrazo

Invierno.Funk