viernes, 29 de enero de 2010

me siento así.
Por última vez así.

lunes, 25 de enero de 2010

Abandono; nuestra plaga moderna

El día de hoy a las 5:30 de la madrugada, en un reconocido y por demás "excluyente" o "exclusivo" bar de la ciudad de México, el futbolista estrella del América, Salvador Cabañas, fue víctima de un disparo que alojó una bala en su cabeza.
La reacción política-social no se hizo esperar. La gran alharaca se armó porque ¿cómo es posible que un futbolista se reviente (juro que esto no es sarcasmo) hasta esas horas? pero claro ¿cómo es posible que el Bar viole las normatividades retrógradas que rigen esta ciudad y dictan el cierre de centros nocturnos a las 3:00am para protejer a los incapaces ciudadanos de sí mismos? Como si en este país alguien respetara alguna ley, norma, límite o principio. Pero si de escandalizarse se trata somos expertos en hacerlo por las razones menos respetables o importantes, porque el hecho de que a Cabañas le metieran una bala en el cráneo a las 5:30 de la madrugada en un bar, es relevante porque LE METIERON UNA BALA EN EL CRÁNEO, la hora y el lugar pasan a segundo término ante el hecho de que en este país la violencia, el cinismo delincuente, la negligencia y el desprecio por el prójimo son la materia prima de nuestro triste caldo de cultivo.
Está demás describir los "esfuerzos exhaustivos" que las autoridades se encuentran realizando para encontrar al culpable. Un culpable que se encontraba en un exclusivísimo bar, donde la gente que entra es de una élite muy cerrada, donde más de cincuenta personas, además de cámaras de circuito cerrado del lugar, atestiguaron el hecho y el mismo Cabañas (aún con una bala en la cabeza) pudo haber identificado dado que mantuvo la conciencia hasta que llegó al hospital... ¿quién será? se preguntan nuestros "nuevos detectives". Este misterioso personaje jamás pagará su deuda ni enfrentará los cargos que le corresponden, eso es no sólo un hecho, en este país es una tradición. Para aquellos que pensábamos que la justicia de este país es de y para los ricos; tenemos un caso que anula y a la vez confirma la regla.
Olvidémonos pues de ese asunto para abordar el tema que verdaderamente me ocupa y que tiene que ver con la foto que inmediatamente después de lo ocurrido fue difundida en la web ¿le parece?
Sí, aunque usted no lo crea, en ese momento de horror, violencia y confusión, alguien decide sacar su celular y ¿por qué no? sacar una mórbida foto en la que se ve al futbolista malherido en el suelo del lugar. Sí hay sangre, pero bajo ninguna circunstancia esta foto podría compararse en horror con las fotos de los descabezados de Sinaloa o el cadáver de Arturo Beltrán Leyva. Cada mañana, las ediciones del Metro o la Prensa nos dan los buenos días con la sección que a mí me gusta llamar "nada a la imaginación" y nos muestran la carne, los ojos, la piel amoratada y el rigor de la muerte en miles de accidentes violentos y homicidios en la ciudad y el país.
Pero, ¿por qué esta foto debería considerarse no sólo inmoral sino también CRIMINAL?
La respuesta se encuentra en lo que NO se ve en la foto.
No se ve en la foto a nadie al lado del futbolista tratando de ayudarle.
No hay nadie a su lado tomando el pulso o tratando de contener la sangre.
No hay nadie sosteniéndole la cabeza, o la mano.
No hay NADIE
Échenle aire- diría mi abuela.
Pero no. Este hombre está SOLO, todavía vivo, rodeado de personas y muriéndose solo.
Por si usted no lo sabe, por ley, en México todos los ciudadanos estamos obligados a prestar ayuda a otro en caso de urgencia. El no hacerlo se considera Abandono de herido y eso es un delito.
No sólo se trata del pésimo gusto de que alguien difunda una imagen de esta naturaleza, se trata de que somos negligentes, indolentes, ignorantes, cobardes y de criterio cerrado a niveles criminales, y no dudamos en exponerlo sin pudor: "mira, soy deforme y asqueroso, que chido".
Ante el argumento de la "libertad de prensa" yo respondo: si eso es libertad de prensa, yo no la quiero. Bienvenida sea a censura en casos como estos en los que este tipo de imágenes no sólo no aportan nada a la información, la deforma y la hace perder seriedad.
No, esto no es periodismo, ni arte, ni literatura, ni siquiera documentación; esto es Abandono.

sábado, 23 de enero de 2010

Hoy nos preocupa mucho Haití, pero ¿dónde estábamos ayer ?

Eduardo Galeano : La historia silenciada : Haití

Eduardo Galeano 4 de abril de 2004

El primer día de este año, la lib
ertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.
Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la
abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud. Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo.
Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.

Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y v
iolencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien. Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. (cuando los poderosos no quieren, que se lo digan a Nicaragua y toda latinoamérica)Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos. De la maldición blanca, no se habló. La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:
—¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?
—El anterior.
—Pues, que se restablezca.

Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldad
os. Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos. A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación. Ningún otro país la reconoció.
Haití había nacido condenada a la soledad.
Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar. En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854. En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York. El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero.
Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública.

La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana.
Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.
Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años. Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia.
Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.

Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras.
País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.

Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional. En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso. Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes. En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.
Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente.

lunes, 18 de enero de 2010

Regreso

O por lo menos trato. Estuve sin Internet, pero ya tengo.
Entonces pronto nuevas entradas.
Por ahora solo quiero decir "Hola"...hola.

Adiós.