Existe esta persona. Respira. Camina. Desayuna de vez en cuando. Fuma diario.
Existen las cicatrices de esta persona, las perforaciones, los tatuajes.
Sus pies descalzos pisan el suelo cada mañana.
No hay duda. Es.
A veces prende su computadora, escucha música y transcurre de actividad en actividad, en unas todo es fácil, en otras patea.
Y esta persona que es, sabe cosas, ciertas cosas. Ha leído libros. Ha viajado.
También ignora cosas, ciertas cosas.
Yo puedo hablar de una.
De aquella otra persona que existe en la misma ciudad, que se despierta mucho más temprano cuando todavía hay noche afuera y se apresura para transcurrir de actividad en actividad.
Y esta persona que despierta todavía de noche estuvo a punto de amar a la otra.
Hubo un deseo arrebatador de amar a la otra, de despertar con la otra, de escuchar el sueño estridente de la otra, de ver sus pies descalzos andar y el humo salir de su boca.
Pero esta persona, que despierta tan temprano, observó, pensó y decidió.
Decidió que no. Amar no.
Como dueño responsable de un animal hermoso y enfermo, puso a dormir el sentimiento. Para ahorrarle una muerte horrible y lenta, con la convicción de que la eutanasia de "eso" era lo mejor.
Y la persona que existe en una ciudad, que despierta por la luz que entra a través de una cortina de papel, y aveces desayuna y diario fuma; coloca sus pies descalzos en el suelo, escucha música, traga y retiene humo; sin sospechar aquella muerte en ningún momento.