Era un hombre joven el que subió, con permiso del chofer, al autobús; vestía un atuendo completo de payaso.
Digo que era joven a pesar de que la gruesa capa de maquillajes color pastel que le cubría sin discreción la cara no permitía realmente distinguir mucho de aquella: Nariz roja y florecita en el tirante que sujetaba sus pantalones bombachos, casi seis tallas más grandes que lo necesario, y los zapatos eran de puntas gigantes.
En esta ciudad uno está acostumbrado a todo tipo de personajes que hacen uso de los más increíbles y astutos trucos e historias para conseguir sacar algunas monedas de los transeúntes. Por esto, cuando el payaso comenzó su discurso, nadie puso especial atención. Era solo otro, tratando de ganarse la vida.
El hombre comenzó a hablar con una vocecilla afilada y llena de cadencias que pretendían ser cómicas: “Damitas y caballeros, mi nombre es el payaso Cascarita, pertenezco a la agrupación a favor de la risa sana A.C, donde nosotros, para evitar caer en las droooooooooogas y vicios cochinos, nos pintamos las caritas y salimos a tratar de sacarle una sonrisita en su camino al trabajo…” Hablaba con una especie de júbilo automático, detectable en las personas que pasan demasiadas horas al día repitiendo infinitamente lo mismo, como actores sobre ensayados, tratando de hacer que lo que dicen repetidamente suene como si fuera la primera vez: “…gracias a dios, yo y mis hermanos payasitos hemos logrado salir adelante manteniéndonos honradamente al realizar funciones para diversas instituciones como casas hogar, casas de cultura, delegaciones y comercios varios. Nosotros somos regulados por una agencia que nos programa el trabajo. Pero a veces esto no es suficiente, no alcanza, y entonces nos vemos en la penosa necesidad de salir a las plazas, parques y camiones para hacer reír a la gente a cambio de una moneda que no afecte en su economía. La vida de un payaso es dura,-dijo melodramático- nosotros no contamos con prestaciones de ninguna especie, ni con fondos de retiro. Tampoco contamos con seguros de gastos médicos ó funerarios de ninguna especie. Ayer por la mañana salimos a trabajar yo y mis compañeros: Cindycienta, Tolochón, el payaso Mañanita y su asistente Bocón.” “Desafortunadamente el microbús en el que viajaban mi amigo y compañero payaso Mañanita y el asistente Bocón se vio involucrado en un accidente de transito.”
Hizo una pausa, tomó un respiro y sin previo aviso renunció a todas las inflexiones de voz, a todas las cadencias y palabras en diminutivo y a todo adorno a lo que decía. Y entonces habló con su voz de hombre, grave como piedra: “el payaso Mañanita fue trasladado a la cruz roja de Polanco, donde finalmente falleció. Mañanita acababa de cumplir veinticinco años ininterrumpidos de payaso el mes pasado. ”
Yo pude imaginar perfectamente aquél hombre con la cara pintada de colores brillantes, el traje de cuadros gigantes desabrochado, mostrando el pecho pálido y descolorido, blando, redondo, inerte en la camilla de un quirófano donde todos los desfibriladores, lámparas y máquinas están ya a oscuras y en silencio. Pude ver la camilla con los zapatos gigantes asomando de entre las sábanas.
-“El cuerpo del payaso Mañanita se encuentra ahora en la cruz roja de Polanco y no pueden entregárnoslo si no tenemos una caja para él. Por ello, mis hermanos payaso y yo hemos salido a la calle con urgencia, invocando a la bondad de la gente de esta ciudad para que nos ayuden a darle digna sepultura a nuestro amado compañero, un hombre de la risa, un solado del humor, que injustamente murió en el cumplimiento de su deber.”-
Fue inmediato, como un hechizo, un gran acto de hipnosis colectiva; el mejor de los magos lo habría envidiado. Todos los pasajeros sacaron las carteras, monederos, billeteras y comenzaron a desembolsar lo que podían. Yo no fui la excepción.
Una señora de muy avanzada edad, al dejar caer un billete de cincuenta pesos dentro del gorro colorido, con una voz cálida y carrasposa le susurró al actor: que dios lo bendiga...
Cuatro días después, en otra ruta de microbús, volví a ver al mismo hombre, es decir al mismo payaso actor, contaba la misma historia…el payaso Mañanita y su trágica muerte, pero en esta ocasión, el asistente Bocón estaba mal herido y necesitaba un caro procedimiento quirúrgico y ¿una válvula aortica? Pero lo hacía tan bien, pero tan bien…que yo, junto con todos los asistentes, volví a dar dinero a tan genial intérprete.