Se llamaba Gege, todos le decíamos “je-je”, así como suena, no recuerdo si su nombre era Jorge o Sergio, pero todos, hasta su familia le decíamos Gege. Fue un niño con el que a veces jugamos mis hermanos y yo, de pequeños.
Gege así se presentaba y distinguía de los demás.
Yo hice llorar a su mamá una vez.
En ese momento no entendí por qué, yo tenía alrededor de cuatro o cinco años, y a esa edad el entendimiento del mundo es muy particular. Uno sólo conoce la curiosidad pura, sin la atadura de un censor moral severo, todavía. Uno sólo quiere saber, del mundo, de las cosas pequeñas y su movimiento; de las grietas que aparecen de pronto un día en la pared de la cocina o en la cara de la tía o del abuelo. ¿Cómo llegarían ahí? ¿Porqué hay una infinita y pequeña línea negra alrededor de todo? ¿Qué es el perímetro? ¿Yo qué soy? ¿Puedo ser un hada?, un caballo, ¿entonces yo qué soy?
De niño se tiene un pensamiento revolucionado y todo puede ser una oportunidad de aprendizaje en potencia. Desde los tres hasta más o menos los seis años preguntamos muchas cosas y no nos preocupa la forma de la pregunta. No sabemos que nos tiene que preocupar.
Así que estando yo en esa etapa de mi existencia jugaba con Gege y mis hermanos.
Cuando Gege nació, le pronosticaron seis horas de vida como máximo. Nunca nadie había visto un bebé así. Carecía de cualquier masa muscular y tenía deformidades evidentes. Su salud era nula.
Los médicos del pequeño hospital en el que nació no supieron diagnosticarlo. Tuvieron que llamar a especialistas en genética para analizar el excepcional caso.
Gege había nacido con una rara afección genética en los músculos, de la cual, en ese entonces se tenían reportados sólo otros dos casos en el mundo. Y ninguno había sobrevivido más de dos días.
Eran bebés con deficiencia de keratina y proteínas, su cuerpo no podía desarrollar musculatura y dado que el corazón es un músculo, su corazón fallaba, y por consecuencia sus riñones también y sus pulmones y casi cualquier otro órgano.
Al final, desafiando cualquier pronóstico, Gege vivió hasta los diecinueve años. Su vida no fue normal. Tuvo problemas de lenguaje, y jamás se puso de pie, entre otras dificultades. Gege era un niño evidentemente enfermo, pero que finalmente podía jugar con nosotros e incluso lograba defenderse de los demás, arrojando juguetes y objetos varios por el aire. Aunque su visión era débil, ocasionalmente lograba atinar al objetivo. Cuando llegó a la adolescencia aprendió a maldecir: “igaaa uuu mdreeeee” (chinga tu madre). En ese entonces yo ya no lo veía, pero me alegró saber que consiguió mentar madres y putear a gusto. Finalmente, si alguien tuvo razón y derecho de maldecir a la vida y todo lo que en ella hay, ese fue Gege.
Al carecer de masa muscular suficiente, Gege se desplazaba gateando de un lugar a otro, incluso en el parque o en el patio, él era mayor que yo por algunos años, sus huesos eran frágiles y evidentes bajo la delgada piel. Tomaba medicinas cada media hora que le daba su madre agotada. Recuerdo cómo la hice llorar.
Una tarde, ella se acercó a Gege con un jarabe. La observé y pregunté:
- ¿qué es eso?
-Es la medicina de Gege.-contestó
-¿porqué le das medicina?
-Porque está enfermo…
Y tuve una gran duda entonces:
-¿Y cuándo se va a curar?
La madre de Gege hizo un silencio largo y sus ojos se inundaron enrojecidos. Tuvo que contestar:
-Nunca. Él es enfermo.
Y así, a los cuatro años hice llorar a una mujer agotada y sin esperanza.
-A lo mejor un día sí se cura- dije, tratando de dar consuelo a esa desconsolada señora que para contestar a mi curiosidad había tenido que decir en voz alta lo que posiblemente no se había atrevido a decirse a sí misma. Nunca.
Gege dio batalla y resistió, maldijo y se burló de la ciencia como pocas personas que haya conocido y finalmente se curó a los diecinueve años, ante los ojos agotados y secos de su madre y su hermana.
5 comentarios:
el mundo es muy difícil, pandita. estoy triste...
Qué buen texto. Eres buenísima. Te voy a mandar un mail para un programa de TV que andamos armando a ver si te late.
10.21: está usted triste por mi culpa? ya ve que tengo esa facilidad de hacer llorar a la gente sin querer. En todo caso le mando un abrazo pandesco.
Don Raúl: Ya lo extrañaba, será un placer trabajar con usted.
je-je!
Je.
estaba triste en general y tu post lo hizo en particular.
(vieras cómo se agradece el abrazo de panda...)
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